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Cuentos de Andersen
Cuentos e historias de Hans Christian Andersen
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Cuentos de hadas e historias de Andersen
Lista de cuentos (Página 7)
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121
En el cuarto de los niños
Papá, mamá y todos los hermanitos habían ido a ver la comedia; Anita y su padrino quedaron solos en casa. - También nosotros tendremos nuestra comedia - dijo el padrino -. Manos a la obra. - Pero no tenemos teatro - replicó la pequeña Anita -, ni nadie que haga de cómico. Mi vieja muñeca es demasiado fea, y no quiero que se arrugue el vestido de la nueva.
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122
El tesoro dorado
La mujer del tambor fue a la iglesia. Vio el nuevo altar con los cuadros pintados y los ángeles de talla. Todos eran preciosos, tanto los de las telas, con sus colores y aureolas, como los esculpidos en madera, pintados y dorados además. Su cabellera resplandecía, como el oro, como la luz del sol; era una maravilla.
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123
La tempestad cambia los rótulos
En días remotos, cuando el abuelito era todavía un niño y llevaba pantaloncito encarnado y chaqueta de igual color, cinturón alrededor del cuerpo y una pluma en la gorra - pues así vestían los pequeños cuando iban endomingados -, muchas cosas eran completamente distintas de como son ahora.
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124
Guardado en el corazón, y no olvidado
Érase una vez un viejo castillo, con su foso pantanoso y su puente levadizo, el cual estaba más veces levantado que bajado, pues no todas las visitas son deseables. Había troneras bajo el tejado, y mirillas a lo largo de los muros; por ellos podía dispararse al exterior o arrojar agua hirviendo o plomo derretido sobre el enemigo, cuando se acercaba demasiado.
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125
El hijo del portero
El general vivía en el primer piso, y el portero, en el sótano. Había una gran distancia entre las dos familias: primero las separaba toda la planta baja, y luego la categoría social. Pero las dos moraban bajo un mismo tejado, con la misma vista a la calle y al patio, en el cual había un espacio plantado de césped, con una acacia florida, al menos en la época en que florecen las acacias.
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126
La tía
Tendrías que haber conocido a mi tía. Era encantadora. No quiero decir encantadora en el sentido que se suele dar a la palabra, sino buena y cariñosa, divertida a su modo, dispuesta siempre a charlar sobre sí misma, cuando uno tenía ganas de charlar y reírse a propósito de alguien.
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127
El sapo
Érase un pozo muy profundo, y la cuerda era larga en proporción. La polea giraba pesadamente cuando había que subir el cubo lleno de agua; apenas si a uno le quedaban fuerzas para acabar de levantarlo sobre el pretil. Los rayos del sol nunca llegaban a reflejarse en el agua, con ser ésta tan clara; pero hasta donde llegaba el sol, crecían plantas verdes entre las piedras.
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128
Vänö y Glänö
Había en otros tiempos, junto a la costa de Seeland, frente a Holsteinborg, dos islas cubiertas de bosque: Vänö y Glänö; tenían un pueblo con iglesia y diversas granjas, todas cerca de la orilla y a muy poca distancia unas de otras. Hoy sólo hay una isla. Una noche estalló una espantosa tempestad. El mar subió como no recordaba nadie.
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129
Los verdezuelos
Había un rosal en la ventana. Hasta hace poco estaba verde y lozano, mas ahora tenía un aspecto enfermizo; algo debía ocurrirle. Lo que le pasaba es que habían llegado soldados y tenía que alojarlos. Los recién llegados se lo comían vivo, a pesar de tratarse de una tropa muy respetable, en uniforme verde. Hablé con uno de los alojados, que aunque sólo contaba tres días de edad, era ya bisabuelo.
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130
El duendecillo y la mujer
Al duende lo conoces, pero, ¿y a la mujer del jardinero? Era muy leída, se sabía versos de memoria, incluso era capaz de escribir algunos sin gran dificultad; sólo las rimas, el "remache," como ella decía, le costaba un regular esfuerzo. Tenía dotes de escritora y de oradora; habría sido un buen señor rector o, cuando menos, una buena señora rectora.
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131
Pedro, Perico y Pedrín
¡Es asombroso lo que saben los niños hoy en día! Uno ya casi no sabe qué es lo que ellos no saben. Eso de que la cigüeña los sacó muy pequeños del pozo o de la balsa del molino y los llevó a sus padres, es una historia tan anticuada, que ya ninguno la cree, a pesar de que es la verdad pura. Pero, ¿cómo van a parar los pequeñuelos a la balsa o al pozo? Eso no lo saben todos, pero algunos sí.
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132
El libro de estampas del padrino
El padrino sabía contar historias, muchas y muy largas. Y sabía también recortar estampas y dibujar figuras. Cuando se acercaban las Navidades cogía un cuaderno de hojas blancas y limpias, y en ellas pegaba ilustraciones, recortadas de libros y periódicos; si no bastaban para su propósito, las dibujaba con su propia mano.
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133
La más feliz
- ¡Qué rosas tan bellas! - dijo el Sol -. Y todas las yemas se abrirán, y serán tan hermosas como ellas. ¡Son hijas mías! Yo les he dado el beso de la vida. - Son hijas mías - dijo a su vez el rocío -. Les he dado a beber mis lágrimas. -Pues yo diría que su madre soy yo - exclamó el rosal -.
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134
El titiritero
A bordo del vapor se hallaba un hombre de edad ya avanzada y con cara de Pascuas, tan de Pascuas que, si no engañaba, debía de ser el hombre más feliz del mundo. Y, efectivamente, lo era, según él; se lo oí de su boca. Era danés, compatriota mío y director de teatro ambulante. Llevaba consigo a todo su personal, en una gran caja, pues era titiritero.
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135
Los días de la semana
Una vez los días de la semana quisieron divertirse y celebrar un banquete todos juntos.
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136
La dríade
Estamos de camino hacia París, para ver la Exposición. Ya llegamos. ¡Vaya viaje! Fue volar sin arte de magia. Nos impulsó el vapor, lo mismo por mar que por tierra. Sí, nos ha tocado vivir en la época de los cuentos de hadas. Nos hallamos en el corazón de París, en un gran hotel. Flores adornan las paredes de la escalera, mullidas alfombras cubren los peldaños. Nuestra habitación es cómoda.
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137
Los trapos viejos
Frente a la fábrica había un montón de balas de harapos, procedentes de los más diversos lugares. Cada trapo tenía su historia, y cada uno hablaba su propio lenguaje, pero no nos sería posible escucharlos a todos. Algunos de los harapos venían del interior, otros de tierras extranjeras.
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138
El cometa
Y vino el cometa: brilló con su núcleo de fuego, y amenazó con la cola. Lo vieron desde el rico palacio y desde la pobre buhardilla; lo vio el gentío que hormiguea en la calle, y el viajero que cruza llanos desiertos y solitarios; y a cada uno inspiraba pensamientos distintos.
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139
Historias del sol
- ¡Ahora voy a contar yo! - dijo el Viento. - No, perdone - replicó la Lluvia -. Bastante tiempo ha pasado usted en la esquina de la calle, aullando con todas sus fuerzas. - ¿Éstas son las gracias - protestó el Viento - que me da por haber vuelto en su obsequio varios paraguas, y aún haberlos roto, cuando la gente nada quería con usted? - Tengamos la fiesta en paz - intervino el Sol -.
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140
La familia de Hühnergrete
Hühnergrete era la única persona que vivía en la espléndida casa que en el cortijo se había construido para habitación de los pollos y patos. Se alzaba en el lugar que antaño ocupara el viejo castillo con sus torres, hastiales, fosos y puente levadizo.
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