El cerro de los elfos


Elverhøj


Varios lagartos gordos corrían con pie ligero por las grietas de un viejo árbol; se entendían perfectamente, pues hablaban todos la lengua lagarteña.
- ¡Qué ruido y alboroto en el cerro de los ellos! -dijo un lagarto-. Van ya dos noches que no me dejan pegar un ojo. Lo mismo que cuando me duelen las muelas, pues tampoco entonces puedo dormir.
- Algo pasa allí adentro -observó otro-. Hasta que el gallo canta, a la madrugada, sostienen el cerro sobre cuatro estacas rojas, para que se ventile bien, y sus muchachas han aprendido nuevas danzas. ¡Algo se prepara!
- Sí -intervino un tercer lagarto-. He hecho amistad con una lombriz de tierra que venía de la colina, en la cual había estado removiendo la tierra día y noche. Oyó muchas cosas. Ver no puede, la infeliz, pero lo que es palpar y oír, en esto se pinta sola. Resulta que en el cerro esperan forasteros, forasteros distinguidos, pero, quiénes son éstos, la lombriz se negó a decírmelo, acaso ella misma no lo sabe. Han encargado a los fuegos fatuos que organicen una procesión de antorchas, como dicen ellos, y todo el oro y la plata que hay en el cerro - y no es poco - lo pulen y exponen a la luz de la luna.
- ¿Quiénes podrán ser esos forasteros? -se preguntaban los lagartos-. ¿Qué diablos debe suceder? ¡Oíd, qué manera de zumbar!
En aquel mismo momento se partió el montículo, y una señorita elfa, vieja y anticuada, aunque por lo demás muy correctamente vestida, salió andando a pasitos cortos. Era el ama de llaves del anciano rey de los elfos, estaba emparentada de lejos con la familia real y llevaba en la frente un corazón de ámbar. ¡Movía las piernas con una agilidad!: trip, trip. ¡Vaya modo de trotar! Y marchó directamente al pantano del fondo, a la vivienda del chotacabras.
- Están ustedes invitados a la colina esta noche -dijo-. Pero quisiera pedirles un gran favor, si no fuera molestia para ustedes. ¿Podrían transmitir la invitación a los demás? Algo deben hacer, ya que ustedes no ponen casa. Recibimos a varios forasteros ilustres, magos de distinción; por eso hoy comparecerá el anciano rey de los elfos.
- ¿A quién hay que invitar? -preguntó el chotacabras.
- Al gran baile pueden concurrir todos, incluso las personas, con tal que hablen durmiendo o sepan hacer algo que se avenga con nuestro modo de ser. Pero en nuestra primera fiesta queremos hacer una rigurosa selección; sólo asistirán personajes de la más alta categoría. Hasta disputé con el Rey, pues yo no quería que los fantasmas fuesen admitidos. Ante todo, hay que invitar al Viejo del Mar y a sus hijas. Tal vez no les guste venir a tierra seca, pero les prepararemos una piedra mojada para asiento o quizás algo aún mejor; supongo que así no tendrán inconveniente en asistir, siquiera por esta vez. Queremos que vengan todos los viejos trasgos de primera categoría, con cola, el Genio del Agua y el Duende y, a mi entender, no debemos dejar de lado al Cerdo de la Tumba, al Caballo de los Muertos y al Enano de la Iglesia, todos los cuales pertenecen al elemento clerical y no a nuestra clase. Pero ése es su oficio; por lo demás, están emparentados de cerca con nosotros y nos visitan con frecuencia.
- ¡Muy bien! -dijo el chotacabras, emprendiendo el vuelo para cumplir el encargo.
Las doncellas elfas bailaban ya en el cerro, cubiertas de velos, y lo hacían con tejidos de niebla y luz de la luna, de un gran efecto para los aficionados a estas cosas. En el centro de la colina, el gran salón había sido adornado primorosamente; el suelo, lavado con luz de luna, y las paredes, frotadas con grasa de bruja, por lo que brillaban como hojas de tulipán. En la colina había, en el asador, gran abundancia de ranas, pieles de caracol rellenas de dedos de niño y ensaladas de semillas de seta y húmedos hocicos de ratón con cicuta, cerveza de la destilería de la bruja del pantano, amén de fosforescente vino de salitre de las bodegas funerarias. Todo muy bien presentado. Entre los postres figuraban clavos oxidados y trozos de ventanal de iglesia.
El anciano Rey mandó bruñir su corona de oro con pizarrín machacado (entiéndase pizarrín de primera); y no se crea que le es fácil a un rey de los elfos procurarse pizarrín de primera. En el dormitorio colgaron cortinas, que fueron pegadas con saliva de serpiente. Se comprende, pues, que hubiera allí gran ruido y alboroto.
- Ahora hay que sahumar todo esto con orines de caballo y cerdas de puerco; entonces yo habré cumplido con mi tarea -dijo la vieja señorita.
- ¡Dulce padre mío! -dijo la hija menor, que era muy zalamera-, ¿no podría saber quiénes son los ilustres forasteros?
- Bueno -respondió el Rey, tendré que decírtelo. Dos de mis hijas deben prepararse para el matrimonio; dos de ellas se casarán sin duda. El anciano duende de allá en Noruega, el que reside en la vieja roca de Dovre y posee cuatro palacios acantilados de feldespato y una mina de oro mucho más rica de lo que creen por ahí, viene con sus dos hijos, que viajan en busca de esposa. El duende es un anciano nórdico, muy viejo y respetable, pero alegre y campechano. Lo conozco de hace mucho tiempo, desde un día en que brindamos fraternalmente con ocasión de su estancia aquí en busca de mujer. Ella murió; era hija del rey de los Peñascos gredosos de Möen. Tomó una mujer de yeso, como suele decirse. ¡Ah, y qué ganas tengo de ver al viejo duende nórdico! Dicen que los chicos son un tanto mal criados e impertinentes; pero quizás exageran. Tiempo tendrán de sentar la cabeza. A ver si sabéis portaros con ellos en forma conveniente.
- ¿Y cuándo llegan? -preguntó una de las hijas.
- Eso depende del tiempo que haga -respondió el Rey. Viajan en plan económico. Aprovechan las oportunidades de los barcos. Yo habría querido que fuesen por Suecia, pero el viejo se inclinó del otro lado. No sigue las mudanzas de los tiempos, y esto no se lo perdono.
En esto llegaron saltando dos fuegos fatuos, uno de ellos más rápido que su compañero; por eso llegó antes.
- ¡Ya vienen, ya vienen! -gritaron los dos.
- ¡Dadme la corona y dejad que me ponga a la luz de la luna! -ordenó el Rey.
Las hijas, levantándose los velos, se inclinaron hasta el suelo. Entró el anciano duende de Dovre con su corona de tarugos de hielo duro y de abeto pulido. Formaban el resto de su vestido una piel de oso y grandes botas, mientras los hijos iban con el cuello descubierto y pantalones sin tirantes, pues eran hombres de pelo en pecho.
- ¿Esto es una colina? -preguntó el menor, señalando el cerro de los elfos-. En Noruega lo llamaríamos un agujero.
- ¡Muchachos! -les riñó el viejo-. Un agujero va para dentro, y una colina va para arriba. ¿No tenéis ojos en la cabeza?
Lo único que les causaba asombro, dijeron, era que comprendían la lengua de los otros sin dificultad.
- ¡Es para creer que os falta algún tornillo! -refunfuñó el viejo. Entraron luego en la mansión de los elfos, donde se había reunido la flor y nata de la sociedad, aunque de manera tan precipitada, que se hubiera dicho que el viento los habla arremolinado; y para todos estaban las cosas primorosamente dispuestas. Las ondinas se sentaban a la mesa sobre grandes patines acuáticos, y afirmaban que se sentían como en su casa. En la mesa todos observaron la máxima corrección, excepto los dos duendecitos nórdicos, los cuales llegaron hasta poner las piernas encima. Pero estaban persuadidos de que a ellos todo les estaba bien.
- ¡Fuera los pies del plato! -les gritó el viejo duende, y ellos obedecieron, aunque a regañadientes. A sus damas respectivas les hicieron cosquillas con piñas de abeto que llevaban en el bolsillo; luego se quitaron las botas para estar más cómodos y se las dieron a guardar. Pero el padre, el viejo duende de Dovre, era realmente muy distinto.
Supo contar bellas historias de los altivos acantilados nórdicos y de las cataratas que se precipitan espumeantes con un estruendo comparable al del trueno y al sonido del órgano; y habló del salmón que salta avanzando a contracorriente cuando el Nöck toca su arpa de oro. Les habló de las luminosas noches de invierno, cuando suenan los cascabeles de los trineos, y los mozos corren con antorchas encendidas por el liso hielo, tan transparente, que pueden ver los peces nadando asustados bajo sus pies. Sí, sabía contar con arte tal, que uno creía ver y oír lo que describía. Se oía el ruido de los aserraderos y los cantos de los mozos y las rapazas mientras bailaban las danzas del país. ¡Ohó! De pronto, el viejo duende dio un sonoro beso a la vieja señorita elfa. Fue un beso con todas las de la ley, y eso que no eran parientes.
A continuación las muchachas hubieron de bailar, primero bailes sencillos, luego zapateados, y bien que lo hacían; finalmente, vino el baile artístico. ¡Señores, y qué manera de extender las piernas, que no sabía uno dónde empezaban y dónde terminaban, ni lo que eran piernas y lo que eran brazos! Era aquello como un revoltijo de virutas, y metían tanto ruido, que el Caballo de los Muertos se mareó y hubo de retirarse de la mesa.
- ¡Brrr! -exclamó el viejo duende-, ¡vaya agilidad de piernas! Pero, ¿qué saben hacer, además de bailar, alargar las piernas y girar como torbellinos?
- ¡Pronto vas a saberlo! -dijo el rey de los elfos, y llamó a la menor de sus hijas. Era ágil y diáfana como la luz de la luna, la más bonita de las hermanas. Metióse en la boca una ramita blanca y al instante desapareció; era su habilidad.
Pero el viejo duende dijo que este arte no lo podía soportar en su esposa, y que no creía que fuese tampoco del gusto de sus hijos.
La otra sabía colocarse de lado como si fuese su propia sombra, pues los duendes no la tienen.
Con la hija tercera la cosa era muy distinta. Había aprendido a destilar en la destilería de la bruja del pantano y sabía mechar nudos de aliso con gusanos de luz.
- ¡Será una excelente ama de casa! -dijo el duende anciano, brindando con la mirada, pues consideraba que ya había bebido bastante.
Acercóse la cuarta elfa. Venía con una gran arpa, y no bien pulsó la primera cuerda, todos levantaron la pierna izquierda, pues los duendes son zurdos, y cuando pulsó la segunda cuerda, todos tuvieron que hacer lo que ella quiso.
- ¡Es una mujer peligrosa! -dijo el viejo duende; pero los dos hijos salieron del cerro, pues se aburrían.
- ¿Qué sabe hacer la hija siguiente? -preguntó el viejo.
- He aprendido a querer a los noruegos, y nunca me casaré si no puedo irme a Noruega.
Pero la más pequeña murmuró al oído del viejo:
- Esto es sólo porque sabe una canción nórdica que dice que, cuando la Tierra se hunda, los acantilados nórdicos seguirán levantados como monumentos funerarios. Por eso quiere ir allá, pues tiene mucho miedo de hundirse.
- ¡Vaya, vaya! -exclamó el viejo-. ¿Esas tenemos? Pero, ¿y la séptima y última?
- La sexta viene antes que la séptima -observó el rey de los elfos, pues sabía contar. Pero la sexta se negó a acudir.
- Yo no puedo decir a la gente sino la verdad -dijo-. De mí nadie hace caso, bastante tengo con coser mi mortaja.
Presentóse entonces la séptima y última. Y, ¿qué sabía? Pues sabía contar cuentos, tantos como se le pidieran.
- Ahí tienes mis cinco dedos -dijo el viejo duende-. Cuéntame un cuento acerca de cada uno.
La muchacha lo cogió por la muñeca, mientras él se reía de una forma que más bien parecía cloquear; y cuando ella llegó al dedo anular, en el que llevaba una sortija de oro, como si supiese que era cuestión de noviazgo, dijo el viejo duende:
- Agárralo fuerte, la mano es tuya. ¡Te quiero a ti por mujer!
La elfa observó que faltaban aún los cuentos del dedo anular y del meñique.
Los dejaremos para el invierno -replicó el viejo-. Nos hablarás del abeto y del abedul, de los regalos de los espíritus y de la helada crujiente. Tú te encargarás de explicar, pues allá arriba nadie sabe hacerlo como tú. Y luego nos entraremos en el salón de piedra, donde arde la astilla de pino, y beberemos hidromiel en los cuernos de oro de los antiguos reyes nórdicos. El Nöck me regaló un par, y cuando estemos allí vendrá a visitarnos el diablo de la montaña, el cual te cantará todas las canciones de las zagalas de la sierra. ¡Cómo nos vamos a divertir! El salmón saltará en la cascada, chocando contra las paredes de roca, pero no entrará. ¡Oh, sí, qué bien se está en la vieja y querida Noruega! Pero, ¿dónde se han metido los chicos?
Eso es, ¿dónde se habían metido? Pues corrían por el campo, apagando los fuegos fatuos que acudían, bonachones, a organizar la procesión de las antorchas.
- ¿Qué significan estas corridas? -gritó el viejo duende-. Acabo de procuraros una madre, y vosotros podéis elegir a la que os guste de las tías.
Pero los jóvenes replicaron que preferían pronunciar un discurso y brindar por la fraternidad. Casarse no les venía en gana. Y pronunciaron discursos, bebieron a la salud de todos e hicieron la prueba del clavo para demostrar que se habían zampado hasta la última gota. Quitándose luego las chaquetas, se tendieron a dormir sobre la mesa, sin preocuparse de los buenos modales. Mientras tanto, el viejo duende bailaba en el salón con su joven prometida e intercambiaba con ella los zapatos, lo cual es más distinguido que intercambiar sortijas.
- ¡Que canta el gallo! -exclamó la vieja elfa, encargada del gobierno doméstico- ¡Hay que cerrar los postigos, para que el sol no nos abrase!
Y se cerró la colina.
En el exterior, los lagartos subían y bajaban por los árboles agrietados, y uno de ellos dijo a los demás.
- ¡Cuánto me ha gustado el viejo duende nórdico!
- ¡Pues yo prefiero los chicos! -objetó la lombriz de tierra; pero es que no veía, la pobre.
Der løb så vims nogle store firben i sprækkerne på et gammelt træ; de kunne godt forstå hinanden, for de talte firbenesproget.
"Nej, hvor det rumler og brumler i den gamle elverhøj!" sagde det ene firben; "jeg har, for det spektakel, nu ikke i to nætter lukket mine øjne, jeg kunne lige så godt ligge og have tandpine, for så sover jeg heller ikke!"
"Der er noget på færde derinde!" sagde det andet firben, "højen lader de stå på fire røde pæle lige til hanegal, der bliver ordentlig luftet ud og elverpigerne har lært nye danse, som der trampes i. Der er noget på færde!"
"Ja, jeg har talt med en regnorm af mit bekendtskab," sagde det tredje firben; "regnormen kom lige op af højen hvor den, nætter og dage, havde rodet i jorden; den havde hørt en hel del, se kan den jo ikke, det elendige dyr, men føle sig for og høre efter, det forstår den. De venter fremmede i elverhøj, fornemme fremmede, men hvem, ville regnormen ikke sige, eller han vidste det nok ikke. Alle lygtemændene er sagt til for at gøre fakkeltog, som man kalder det, og sølv og guld, hvoraf der er nok i højen, bliver poleret og stillet ud i måneskin!"
"Hvem kan dog de fremmede være!" sagde alle firbenene. "Hvad mon der er på færde? Hør, hvor det summer! hør hvor det brummer!"
Lige i det samme skiltes elverhøj ad, og en gammel elverpige, rygløs var hun, men ellers meget anstændigt klædt på, kom trippende ud, det var den gamle elverkonges husholderske, hun var langt ude af familien, og havde ravhjerte på panden. Benene gik så flinke på hende: trip, trip! hille den, hvor hun kunne trippe og det lige ned i mosen til natravnen.
"De bliver inviteret til elverhøj, og det i nat!" sagde hun, "men vil De ikke først gøre os en stor tjeneste og tage Dem af indbydelserne! Gavn må De gøre, da De ikke selv holder hus! Vi får nogle højfornemme fremmede, troldfolk der har noget at sige, og derfor vil den gamle elverkonge vise sig!"
"Hvem skal inviteres?" spurgte natravnen.
"Ja, til det store bal kan alverden komme, selv mennesker, når de bare kan tale i søvne eller gøre sådan en lille smule af hvad der falder i vor art. Men til det første gilde skal der være strengt udvalg, vi vil kun have de allerfornemste. Jeg har stridt med elverkongen, thi jeg holder for, vi kan ikke engang have spøgelser med. Havmanden og hans døtre må først inviteres, de holder vel ikke meget af at komme på det tørre, men de skal nok hver få en våd sten at sidde på eller noget bedre, og så tænker jeg nok de siger ikke af denne gang. Alle gamle trolde af første klasse med hale, åmanden og nisserne må vi have, og så tænker jeg at vi kan ikke forbigå gravsoen, helhesten og kirkegrimen; de hører jo rigtignok med til gejstligheden, som ikke er af vore folk, men det er nu deres embede, de er os nær i familie og de gør stadig visitter!"
"Bra!" sagde natravnen og fløj af sted for at invitere.
Elverpigerne dansede allerede på elverhøj, og de dansede med langsjal vævet af tåge og måneskin, og det ser nydeligt ud for dem, der synes om den slags. Midt inde i elverhøj var den store sal ordentligt pudset op; gulvet var vasket med måneskin og væggene var gnedet med heksefedt, så at de skinnede som tulipanblade foran lyset. I køknet var der fuldt op med frøer på spid, snogeskind med små børnefingre i og salater af paddehattefrø, våde musesnuder og skarntyde, øl fra mosekonens bryg, skinnende salpetervin fra gravkælderen, alt meget solidt; rustne søm og kirkerudeglas hørte til knaset.
Den gamle elverkonge lod sin guldkrone polere i stødt griffel, det var duksegriffel og det er meget vanskeligt for elverkongen at få duksegriffel! I sovekamret hang de gardiner op, og hæftede dem fast med snogespyt. Jo, der var rigtignok en summen og brummen.
"Nu skal her ryges med krølhår og svinebørster, så tror jeg at jeg har gjort mit!" sagde den gamle elverpige.
"Søde fader!" sagde den mindste af døtrene; "får jeg så at vide hvem de fornemme fremmede er?"
"Nå da!" sagde han, "så må jeg vel sige det! To af mine døtre må holde sig parate til giftermål! to bliver vist gift bort. Troldgubben oppe fra Norge, ham der bor i det gamle Dovrefjeld og har mange klippeslotte af kampesten, og et guldværk, som er bedre end man tror, kommer herned med sine to drenge, de skal søge sig en kone ud. Troldgubben er sådan en rigtig, gammel ærlig norsk gubbe, lystig og ligefrem, jeg kender ham fra gamle dage, da vi drak dus, han var her nede at hente sin kone, nu er hun død, hun var en datter af klintekongen på Møn. Han tog sin kone på kridt, som man siger! oh hvor jeg længes efter den norske troldgubbe! Drengene, siger man, skulle være nogle uvorne, kæphøje unger, men man kan jo også gøre dem uret, og de bliver nok gode når de bliver gemt. Lad mig se at I sætter skik på dem!"
"Og når kommer de?" spurgte den ene datter.
"Det kommer an på vind og vejr!" sagde elverkongen. "De rejser økonomisk! De kommer herned med skibslejlighed. Jeg ville at de skulle gå over Sverige, men den gamle hælder endnu ikke til den side! Han følger ikke med tiderne, og det kan jeg ikke lide!"
I det samme kom der to lygtemænd hoppende, den ene hurtigere end den anden og derfor kom den ene først.
"De kommer! de kommer!" råbte de.
"Giv mig min krone, og lad mig stå i måneskinnet!" sagde elverkongen.
Døtrene løftede på langsjalerne og nejede lige til jorden.
Der stod troldgubben fra Dovre, med krone af hærdede istappe og polerede grankogler, i øvrigt havde han bjørnepels og kanestøvler; sønnerne derimod gik barhalset og uden seler, for de var kraftmænd.
"Er det en høj?" spurgte den mindste af drengene og pegede på elverhøj. "Det kalder vi oppe i Norge et hul!"
"Gutter!" sagde den gamle. "Hul går indad, høj går opad! Har I ikke øjne i hovedet!"
Det eneste der undrede dem hernede, sagde de, var at de således uden videre kunne forstå sproget!
"Skab jer nu ikke!" sagde den gamle, "man kunne tro at I var ikke rigtig gennembagte!"
Og så gik de ind i elverhøj, hvor der rigtignok var fint selskab, og det i en hast, man skulle tro at de var blæst sammen og nydelig og net var der indrettet for enhver. Havfolkene sad til bords i store vandkar, de sagde, det var ligesom om de var hjemme. Alle holdt de bordskik uden de to små norske trolde, de lagde benene op på bordet, men de troede nu at alting klædte dem!
"Fødderne af fadet!" sagde den gamle trold og så lystrede de, men de gjorde det da ikke lige straks. Deres borddame kildrede de med grankogler, som de havde med i lommen og så trak de deres støvler af for at sidde mageligt og gav hende støvlerne at holde, men faderen, den gamle dovretrold, han var rigtignok ganske anderledes; han fortalte så dejligt om de stolte norske fjelde, og om fosser der styrtede skumhvide ned, med et bulder som tordenskrald og orgelklang; han fortalte om laksen der sprang op mod de styrtende vande når nøkken spillede på guldharpe. Han fortalte om de skinnende vinternætter, når kanebjælderne klang og knøsene løb med brændende blus hen over den blanke is, der var så gennemsigtig at de så fiskene blive bange under deres fødder. Jo han kunne fortælle, så at man så og hørte hvad han sagde, det var ligesom savmøllerne gik, som om karle og piger sang viser og dansede hallingedans; hussa! lige med ét gav troldgubben den gamle elverpige et morbrodersmask, det var et ordentligt kys og de var dog slet ikke i familie.
Nu måtte elverpigerne danse og det både simpelt og det med at trampe, og det klædte dem godt, så kom kunstdansen eller som det kaldtes: "at træde uden for dansen," hille den, hvor de kunne strække ben, man vidste ikke hvad der var ende og hvad der var begyndelse, man vidste ikke hvad der var arme og hvad der var ben, det gik imellem hinanden ligesom savspåner og så snurrede de rundt så helhesten fik ondt og måtte gå fra bordet.
"Prrrrr!" sagde troldgubben, "det er kommers med bentøjet! men hvad kan de mere end danse, strække ben og gøre hvirvelvind?"
"Det skal du få at vide!" sagde elverkongen og så kaldte han den yngste af sine døtre frem; hun var så spinkel og klar, som måneskin, hun var den fineste af alle søstrene; hun tog en hvid pind i munden, og så var hun rent borte, det var hendes kunst.
Men troldgubben sagde, at den kunst kunne han ikke lide hos sin kone og han troede heller ikke at hans drenge holdt af den.
Den anden kunne gå ved siden af sig selv ligesom om hun havde skygge, og det har nu troldfolk ikke.
Den tredje var af en ganske anden slags, hun havde lært i mosekonens bryggerhus og det var hende som forstod at spække elletrunter med sankthansorme.
"Hun bliver en god husmoder!" sagde troldgubben og så klinkede han med øjnene; for han ville ikke drikke så meget.
Nu kom den fjerde elverpige, hun havde en stor guldharpe at spille på, og da hun slog på den første streng løftede alle det venstre ben, for troldfolk er kejtbenede, og da hun slog den anden streng måtte de alle gøre hvad hun ville.
"Det er et farligt fruentimmer!" sagde troldgubben, men begge sønnerne gik ud af højen, for nu var de kede af det.
"Og hvad kan den næste datter?" spurgte troldgubben.
"Jeg har lært at holde af de norske!" sagde hun, "og aldrig gifter jeg mig uden at jeg kan komme til Norge!"
Men den mindste af søstrene hviskede til troldgubben: "Det er bare fordi hun har hørt af en norsk vise, at når verden forgår, så vil dog de norske klipper stå som bauta, og derfor vil hun derop for hun er så bange for at forgå."
"Ho, ho!" sagde troldgubben, "slap det derud. Men hvad kan den syvende og sidste?"
"Den sjette kommer før den syvende!" sagde elverkongen, for han kunne regne, men den sjette ville ikke rigtig komme frem.
"Jeg kan kun sige folk sandhed!" sagde hun, "mig bryder ingen sig om, og jeg har nok at gøre med at sy på mit ligtøj!"
Nu kom den syvende og sidste, og hvad kunne hun? ja hun kunne fortælle eventyr og det så mange hun ville.
"Her er alle mine fem fingre!" sagde troldgubben, "fortæl mig et om hver!"
Og elverpigen tog ham om håndleddet, og han lo så det klukkede i ham, og da hun kom til Guldbrand, der har guldring om livet, ligesom den vidste at der skulle være forlovelse, sagde troldgubben, "hold fast hvad du har, hånden er din! Dig vil jeg selv have til kone!"
Og elverpigen sagde, at det var endnu tilbage om Guldbrand og lille Per Spillemand!
"Dem skal vi høre til vinter!" sagde troldgubben, "og om granen skal vi høre og om birken og om huldregaverne og den klingrende frost! Du skal nok komme til at fortælle, for det gør endnu ingen rigtig deroppe! – og så skal vi sidde i stenstuen hvor fyrrespånen brænder, og drikke mjød af de gamle norske kongers guldhorn; nøkken har skænket mig et par stykker, og når vi så sidder, så kommer garboen og gør visit, han synger dig alle sæterpigens sange. Det skal blive lystigt! Laksen vil springe i fossen og slå mod stenvæggen, men den kommer dog ikke ind! – Ja du kan tro der er godt i det kære gamle Norge! Men hvor er gutterne?"
Ja, hvor var gutterne. De løb omkring på marken og blæste lygtemændene ud, der kom så skikkeligt og ville gøre fakkeltog.
"Er det at føjte om!" sagde troldgubben, "nu har jeg taget en moder til eder, nu kan I tage en moster!"
Men gutterne sagde at de ville helst holde en tale og drikke dus, gifte sig det havde de ingen lyst til. – Og så holdt de tale, drak dus og satte glasset på neglen for at vise at de havde drukket ud; trak så kjolerne af og lagde sig på bordet at sove, for de generede sig ikke. Men troldgubben dansede stuen rundt med sin unge brud og byttede støvler med hende, for det er finere end at bytte ring.
"Nu galer hanen!" sagde den gamle elverpige, som holdt hus. "Nu må vi lukke vinduesskodderne at ikke solen brænder os inde!"
Og så lukkede højen sig.
Men udenfor løb firbenene op og ned af det revnede træ og den ene sagde til den anden:
"Oh hvor jeg godt kunne lide den norske troldgubbe!"
"Jeg holder mere af drengene!" sagde regnormen, men den kunne jo ikke se, det elendige dyr.