¡No era buena para nada!


Non era buona a nulla


El alcalde estaba de pie ante la ventana abierta; lucía camisa de puños planchados y un alfiler en la pechera, y estaba recién afeitado. Lo había hecho con su propia mano, y se había producido una pequeña herida; pero la había tapado con un trocito de papel de periódico.
"¡Oye, chaval!" gritó.
El chaval era el hijo de la lavandera; pasaba por allí y se quitó respetuosamente la gorra, cuya visera estaba doblada de modo que pudiese guardarse en el bolsillo. El niño, pobremente vestido pero con prendas limpias y cuidadosamente remendadas, se detuvo reverente, cual si se encontrase ante el Rey en persona.
"Eres un buen muchacho" dijo el alcalde, "y muy bien educado. Tu madre debe de estar lavando ropa en el río. Y tú irás a llevarle eso que traes en el bolsillo, ¿no? Mal asunto, ese de tu madre. ¿Cuánto le llevas?"
"Medio cuartillo," contestó el niño a media voz, en tono asustado.
"¿Y esta mañana se bebió otro tanto?" prosiguió el hombre.
"No, fue ayer," corrigió el pequeño.
" Dos cuartos hacen un medio. No vale para nada. Es triste la condición de esa gente. Dile a tu madre que debiera avergonzarse. Y tú procura no ser un borracho, aunque mucho me temo que también lo serás. ¡Pobre chiquillo! Anda, vete.
El niño siguió su camino, guardando la gorra en la mano, por lo que el viento le agitaba el rubio cabello y se lo levantaba en largos mechones. Torció al llegar al extremo de la calle, y por un callejón bajó al río, donde su madre, de pies en el agua junto a la banqueta, golpeaba la pesada ropa con la pala. El agua bajaba en impetuosa corriente " pues habían abierto las esclusas del molino, " arrastrando las sábanas con tanta fuerza, que amenazaba llevarse banqueta y todo. A duras penas podía contenerla la mujer.
" ¡Por poco se me lleva a mí y todo! " dijo ." Gracias a que has venido, pues necesito reforzarme un poquitín. El agua está fría, y llevo ya seis horas aquí. ¿Me traes algo?
El muchacho sacó la botella, y su madre, aplicándosela a la boca, bebió un trago.
" ¡Ah, qué bien sienta! ¡Qué calorcito da! Es lo mismo que tomar un plato de comida caliente, y sale más barato. ¡Bebe, pequeño! Estás pálido, debes de tener frío con estas ropas tan delgadas; estamos ya en otoño. ¡Uf, qué fría está el agua! ¡Con tal que no caiga yo enferma! Pero no será. Dame otro trago, y bebe tú también, pero un sorbito solamente; no debes acostumbrarte, pobre hijito mío.
Y subió a la pasarela sobre la que estaba el pequeño y pasó a la orilla; el agua le manaba de la estera de junco que, para protegerse, llevaba atada alrededor del cuerpo, y le goteaba también de la falda.
" Trabajo tanto, que la sangre casi me sale por las uñas; pero no importa, con tal que pueda criarte bien y hacer de ti un hombre honrado, hijo mío.
En aquel momento se acercó otra mujer de más edad, pobre también, a juzgar por su porte y sus ropas. Cojeaba de una pierna, y una enorme greña postiza le colgaba encima de un ojo, con objeto de taparlo, pero sólo conseguía hacer más visible que era tuerta. Era amiga de la lavandera, y los vecinos la llamaban "la coja del rizo".
" Pobre, ¡cómo te fatigas, metida en esta agua tan fría! Necesitas tomar algo para entrar en calor; ¡y aún te reprochan que bebas unas gotas! ." Y le contó el discurso que el alcalde había dirigido a su hijo. La coja lo había oído, indignada de que al niño se le hablase así de su madre, censurándola por los traguitos que tomaba, cuando él se daba grandes banquetazos en el que el vino se iba por botellas enteras.
" Sirven vinos finos y fuertes " dijo ," y muchos beben más de lo que la sed les pide. Pero a eso no lo llaman beber. Ellos son gente de condición, y tú no vales para nada.
" ¡Conque esto te dijo, hijo mío! " balbuceó la mujer con labios temblorosos ." ¡Que tienes una madre que no vale nada! Tal vez tenga razón, pero no debió decírselo a la criatura. ¡Con lo que tuve que aguantar, en casa del alcalde!
" Serviste en ella, ¿verdad? cuando aún vivían sus padres; muchos años han pasado desde entonces. Muchas fanegas de sal han consumido, y les habrá dado mucha sed " y la coja soltó una risa amarga ." Hoy se da un gran convite en casa del alcalde; en realidad debieran haberlo suspendido, pero ya era tarde, y la comida estaba preparada. Hace una hora llegó una carta notificando que el más joven de los hermanos acaba de morir en Copenhague. Lo sé por el criado.
" ¡Ha muerto! " exclamó la lavandera, palideciendo.
" Sí " respondió la otra ." ¿Tan a pecho te lo tomas? Claro, lo conociste, pues servías en la casa.
" ¡Ha muerto! Era el mejor de los hombres. No van a Dios muchos como él " y las lágrimas le rodaban por las mejillas ." ¡Dios mío! Me da vueltas la cabeza. Debe ser que me he bebido la botella, y es demasiado para mí. ¡Me siento tan mal! " y se agarró a un vallado para no caerse.
" ¡Santo Dios, estás enferma, mujer! " dijo la coja ." Pero tal vez se te pase. ¡No, de verdad estás enferma! Lo mejor será que te acompañe a casa.
" Pero, ¿y la ropa?
" Déjala de mi cuenta. Cógete a mi brazo. El pequeño se quedará a guardar la ropa; luego yo volveré a terminar el trabajo; ya quedan pocas piezas.
La lavandera apenas podía sostenerse.
" Estuve demasiado tiempo en el agua fría. Desde la madrugada no había tomado nada, ni seco ni mojado. Tengo fiebre. ¡Oh, Jesús mío, ayúdame a llegar a casa! ¡Mi pobre hijito! " exclamó, prorrumpiendo a llorar.
Al niño se le saltaron también las lágrimas, y se quedó solo junto a la ropa mojada. Las dos mujeres se alejaron lentamente, la lavandera con paso inseguro. Remontaron el callejón, doblaron la esquina y, cuando pasaban por delante de la casa del alcalde, la enferma se desplomó en el suelo. Acudió gente.
La coja entró en la casa a pedir auxilio, y el alcalde y los invitados se asomaron a la ventana.
" ¡Otra vez la lavandera! " dijo ." Habrá bebido más de la cuenta; no vale para nada. Lástima por el chiquillo. Yo le tengo simpatía al pequeño; pero la madre no vale nada.
Reanimaron a la mujer y la llevaron a su mísera vivienda, donde la acostaron enseguida.
Su amiga corrió a prepararle una taza de cerveza caliente con mantequilla y azúcar; según ella, no había medicina como ésta. Luego se fue al lavadero, acabó de lavar la ropa, bastante mal por cierto, " pero hay que aceptar la buena voluntad " y, sin escurrirla, la guardó en el cesto.
Al anochecer se hallaba nuevamente a la cabecera de la enferma. En la cocina de la alcaldía le habían dado unas patatas asadas y una buena lonja de jamón, con lo que cenaron opíparamente el niño y la coja; la enferma se dio por satisfecha con el olor, y lo encontró muy nutritivo.
Acostóse el niño en la misma cama de su madre, atravesado en los pies y abrigado con una vieja alfombra toda zurcida y remendada con tiras rojas y azules.
La lavandera se encontraba un tanto mejorada; la cerveza caliente la había fortalecido, y el olor de la sabrosa cena le había hecho bien.
" ¡Gracias, buen alma! " dijo a la coja ." Te lo contaré todo cuando el pequeño duerma. Creo que está ya dormido. ¡Qué hermoso y dulce está con los ojos cerrados! No sabe lo que sufre su madre. ¡Quiera Dios Nuestro Señor que no haya de pasar nunca por estos trances! Cuando yo servía en casa del padre del alcalde, que era Consejero, regresó el más joven de los hijos, que entonces era estudiante. Yo era joven, alborotada y fogosa pero honrada, eso sí que puedo afirmarlo ante Dios " dijo la lavandera ." El mozo era alegre y animado, y muy bien parecido. Hasta la última gota de su sangre era honesta y buena. Jamás dio la tierra un hombre mejor. Era hijo de la casa, y yo sólo una criada, pero nos prometimos fidelidad, siempre dentro de la honradez. Un beso no es pecado cuando dos se quieren de verdad. Él lo confesó a su madre; para él representaba a Dios en la Tierra, y la señora era tan inteligente, tan tierna y amorosa. Antes de marcharse me puso en el dedo su anillo de oro. Cuando hubo partido, la señora me llamó a su cuarto. Me habló con seriedad, y no obstante con dulzura, como sólo el bondadoso Dios hubiera podido hacerlo, y me hizo ver la distancia que mediaba entre su hijo y yo, en inteligencia y educación. "Ahora él sólo ve lo bonita que eres, pero la hermosura se desvanece. Tú no has sido educada como él; no sois iguales en la inteligencia, y ahí está el obstáculo. Yo respeto a los pobres " prosiguió "; ante Dios muchos de ellos ocuparán un lugar superior al de los ricos, pero aquí en la Tierra no hay que desviarse del camino, si se quiere avanzar; de otro modo, volcará el coche, y los dos seréis víctimas de vuestro desatino. Sé que un buen hombre, un artesano, se interesa por ti; es el guantero Erich. Es viudo, no tiene hijos y se gana bien la vida. Piensa bien en esto". Cada una de sus palabras fue para mí una cuchillada en el corazón, pero la señora estaba en lo cierto, y esto me obligó a ceder. Le besé la mano llorando amargas lágrimas, y lloré aún mucho más cuando, encerrándome en mi cuarto, me eché sobre la cama. Fue una noche dolorosa; sólo Dios sabe lo que sufrí y luché. Al siguiente domingo acudí a la Sagrada Misa a pedir a Dios paz y luz para mi corazón. Y como si Él lo hubiera dispuesto, al salir de la iglesia me encontré con Erich, el guantero. Yo no dudaba ya; éramos de la misma clase y condición, y él gozaba incluso de una posición desahogada. Por eso fui a su encuentro y cogiéndole la mano, le dije: "¿Piensas todavía en mí?". "Sí, y mis pensamientos serán siempre para ti sola", me respondió. "¿Estás dispuesto a casarte con una muchacha que te estima y respeta, aunque no te ame? Pero quizás el amor venga más tarde". "¡Vendrá!", dijo él, y nos dimos las manos. Me volví yo a la casa de mi señora; llevaba pendiente del cuello, sobre el corazón, el anillo de oro que me había dado su hijo; de día no podía ponérmelo en el dedo, pero lo hice a la noche al acostarme, besándolo tan fuertemente que la sangre me salió de los labios. Después lo entregué a la señora, comunicándole que la próxima semana el guantero pedirla mi mano. La señora me estrechó entre sus brazos y me besó; no dijo que no valía para nada, aunque reconozco que entonces yo era mejor que ahora; pero ¡sabía tan poco del mundo y de sus infortunios! Nos casamos por la Candelaria, y el primer año lo pasamos bien; tuvimos un criado y una criada; tú serviste entonces en casa.
" ¡Oh, y qué buen ama fuiste entonces para mí! " exclamó la coja ." Nunca olvidaré lo bondadosos que fuisteis tú y tu marido. " Eran buenos tiempos aquellos... No tuvimos hijos por entonces. Al estudiante, no volví a verlo jamás. O, mejor dicho, sí, lo vi una vez, pero no él a mí. Vino al entierro de su madre. Lo vi junto a su tumba, blanco como yeso y muy triste, pero era por su madre. Cuando, más adelante, su padre murió, él estaba en el extranjero; no vino ni ha vuelto jamás a su ciudad natal. Nunca se casó, lo sé de cierto. Era abogado. De mí no se acordaba ya, y si me hubiese visto, difícilmente me habría reconocido. ¡Me he vuelto tan fea! Y es así como debe ser.
Luego le contó los días difíciles de prueba, en que se sucedieron las desgracias. Poseían quinientos florines, y en la calle había una casa en venta por doscientos, pero sólo sería rentable derribándola y construyendo una nueva. La compraron, y el presupuesto de los albañiles y carpinteros elevóse a mil veinte florines. Erich tenía crédito; le prestaron el dinero en Copenhague, pero el barco que lo traía naufragó, perdiéndose aquella suma en el naufragio.
" Fue entonces cuando nació este hijo mío, que ahora duerme aquí. A su padre le acometió una grave y larga enfermedad; durante nueve meses, tuve yo que vestirlo y desnudarlo. Las cosas marchaban cada vez peor; aumentaban las deudas, perdimos lo que nos quedaba, y mi marido murió. Yo me he matado trabajando, he luchado y sufrido por este hijo, he fregado escaleras y lavado ropa, basta o fina, pero Dios ha querido que llevase esta cruz. Él me redimirá y cuidará del pequeño.
Y se quedó dormida.
A la mañana sintióse más fuerte; pensó que podría reanudar el trabajo. Estaba de nuevo con los pies en el agua fría, cuando de repente le cogió un desmayo. Alargó convulsivamente la mano, dio un paso hacia la orilla y cayó, quedando con la cabeza en la orilla y los pies en el agua. La corriente se llevó los zuecos que calzaba con un manojo de paja en cada uno. Allí la encontró la coja del rizo cuando fue a traerle un poco de café.
Entretanto, el alcalde le había enviado recado a su casa para que acudiese a verlo cuanto antes, pues tenía algo que comunicarle. Pero llegó demasiado tarde. Fue un barbero para sangrarla, pero la mujer había muerto.
" ¡Se ha matado de una borrachera! " dijo el alcalde.
La carta que daba cuenta del fallecimiento del hermano contenía también copia del testamento, en el cual se legaban seiscientos florines a la viuda del guantero, que en otro tiempo sirviera en la casa de sus padres. Aquel dinero debería pagarse, contante y sonante, a la legataria o a su hijo.
" Algo hubo entre ellos " dijo el alcalde ." Menos mal que se ha marchado; toda la cantidad será para el hijo; lo confiaré a personas honradas, para que hagan de él un artesano bueno y capaz.
Dios dio su bendición a aquellas palabras.
El alcalde llamó al niño a su presencia, le prometió cuidar de él, y le dijo que era mejor que su madre hubiese muerto, pues no valía para nada.
Condujeron el cuerpo al cementerio, al cementerio de los pobres; la coja plantó un pequeño rosal sobre la tumba, mientras el muchachito permanecía de pie a su lado.
" ¡Madre mía! " dijo, deshecho en lágrimas ." ¿Es verdad que no valía para nada?
" ¡Oh, sí, valía! " exclamó la vieja, levantando los ojos al cielo.
" Hace muchos años que yo lo sabía, pero especialmente desde la noche última. Te digo que sí valía, y que lo mismo dirá Dios en el cielo. ¡No importa que el mundo siga afirmando que no valía para nada!
Il giudice stava affacciato alla finestra, con i polsini inamidati, una spilla sullo sparato della camicia e tutto ben rasato; si era rasato lui stesso e in realtà si era fatto un tagliettino, ma lo aveva già coperto con un pezzetto di giornale.
"Senti, ragazzo!" chiamò.
Il ragazzo non era altri che il figlio della lavandaia, che stava passando di lì. Rispettosamente, si tolse il berretto, che si poteva piegare e era fatto apposta per essere messo in tasca. In quei vestiti miseri, ma puliti e rattoppati con cura, ai piedi pesanti zoccoli di legno, il ragazzo se ne rimaneva rispettosamente fermo come si fosse trovato davanti al re in persona.
"Sei un bravo ragazzo!" disse il giudice "e sei un ragazzo educato. Tua madre sta sciacquando i panni giù al ruscello, vero? e tu stai andando là a portarle quello che hai in tasca. Brutta storia, questa di tua madre! Quanto ne hai?"
"Mezzo quarto" disse il ragazzo spaventato, con una vocina debole.
"E stamattina ha avuto lo stesso?" continuò l'uomo.
"No, era ieri" rispose il ragazzo.
"Due mezzi quarti fanno un quarto! Non è buona a nulla: fa proprio pena questa gente! Di' a tua madre che dovrebbe vergognarsi, e non diventare anche tu un ubriacone; ma tanto lo diventerai di sicuro! povero ragazzo, vai adesso!"
E il ragazzo se ne andò; teneva il berretto in mano e il vento gli soffiava tra i capelli biondi che si sollevavano a ciuffi. Girò in una strada, entrò in un vicolo fino a che arrivò al ruscello; lì la madre era nell'acqua vicino a un cavalletto e batteva la pesante biancheria con una mazza. C'era una forte corrente nel ruscello, perché le chiuse del mulino erano aperte; il lenzuolo veniva trascinato dalla corrente e stava per ribaltare il cavalletto: la lavandaia doveva trattenerlo con forza.
"Non ce la faccio quasi più!" disse "per fortuna sei arrivato. Ho proprio bisogno di recuperare un po' le forze. Fa freddo nell'acqua, e sono già sei ore che sto qua. Mi hai portato qualcosa?"
Il ragazzo tirò fuori la bottiglia che la madre si portò alla bocca, bevendone un sorso.
"Ah, come va giù bene, e come riscalda! È come mangiare del cibo caldo, ma non è così caro! bevi anche tu, ragazzo mio! Sei così pallido, stai gelando con quei vestiti leggeri! E poi è già autunno. Uh, l'acqua è gelida! Speriamo di non ammalarmi! No, non c'è pericolo. Dammi un altro sorso e bevine anche tu ma solo un goccio, non ti devi abituare a bere, povero ragazzo mio!"
Salì sul ponte dove si trovava il ragazzo e raggiunse la riva; l'acqua colava dalla stuoia che aveva intorno alla vita e gocciolava dalla gonna.
"Sgobbo talmente che quasi mi esce il sangue dalle unghie, ma non mi importa, purché riesca a fare di te un bravo ragazzo, figlio mio!"
In quel momento arrivò una donna più anziana, scarna e poveramente vestita, zoppa da una gamba e con un grosso ricciolo fìnto che le scendeva su un occhio guercio, per nasconderlo, rendendo in realtà il difetto più appariscente, i vicini la chiamavano "la zoppa col ricciolo."
"Poveretta! Come ti affatichi nell'acqua gelida! Hai certo bisogno di qualcosa per riscaldarti, e pensare che la gente ti critica perché bevi un goccio!" e subito il discorso tenuto dal giudice al ragazzo venne riferito alla lavandaia, perché la vecchia lo aveva sentito e si era arrabbiata a sentir parlare in quel modo a un ragazzo di sua madre per quel poco che beveva; quando poi il giudice organizzava pranzi con vino a volontà. "Vini pregiati e vini forti, e quasi tutti bevono più del necessario! Ma per loro quello non vuol dire bere! Loro vengono rispettati, tu invece non sei buona a nulla!"
"Ti ha parlato così, figlio mio?" chiese la lavandaia, le labbra tremanti. "Tua madre non è buona a nulla! Forse ha ragione ma non dovrebbe dirlo al ragazzo. Certo che ricevo molti dolori da quella casa!"
"Già, hai servito da loro quando i genitori del giudice ancora vivevano! Quanti anni sono passati! E hai dovuto ingoiarne di bocconi amari da allora, puoi ben avere sete!" disse ridendo la vecchia. "Oggi c'è un pranzo importante dal giudice, doveva venire annullato ma ormai è troppo tardi e poi il cibo è già pronto. L'ho saputo dal servo. Meno di un'ora fa è arrivata una lettera che annunciava che il fratello più giovane è morto a Copenaghen."
"Morto!" gridò la lavandaia, impallidendo.
"Come!" esclamò la donna "te la prendi tanto? Certo lo conoscevi dal tempo in cui prestavi servizio in casa."
"È morto! era l'uomo migliore del mondo, il più buono! Il Signore non ne ha tanti come lui!" e le lacrime le scorrevano sulle guance. "Oh Dio! mi gira la testa! Forse perché ho finito la bottiglia. Non lo sopporto più! Sto così male!" e si appoggiò al cavalletto.
"Signore! stai proprio male!" disse la donna. "Cerca di riprenderti! No, stai proprio male. E meglio che ti porti a casa."
"E la biancheria?"
"Me ne occupo io. Prendimi sottobraccio. Il ragazzo può restare qui a controllare finché non tornerò a lavare il resto: non è molto."
La lavandaia non si reggeva in piedi.
"Sono stata troppo tempo nell'acqua gelata. Da stamattina non ho bevuto né mangiato. Mi sento la febbre in corpo! Oh, Signore Gesù, aiutami ad arrivare a casa! povero figlio mio!" e piangeva.
Il ragazzo si mise a piangere anche lui e sedette in riva a ruscello vicino alla biancheria bagnata. Le due donne si avviarono lentamente, la lavandaia vacillava, camminarono lungo il vicolo, poi per la strada proprio davanti alla casa del giudice, e la donna cadde a terra. La gente le si affollò attorno.
La vecchietta entrò in casa a cercare aiuto. Il giudice si affacciò alla finestra con i suoi ospiti.
"È la lavandaia!" esclamò "ha bevuto troppo. È una buona a nulla! È un peccato per il suo bel figliolo, voglio molto bene a quel ragazzo, ma la madre non è buona a nulla."
La donna rinvenne e venne portata nella sua misera casa, e messa a letto. La vecchia amica andò a scaldare una scodella di birra con burro e zucchero, che secondo lei era la medicina migliore. Poi tornò al ruscello e sciacquò tutto molto male, ma con buona volontà, riportò la biancheria a terra e la mise in una cassa. Verso sera tornò nella misera casa della lavandaia. Aveva avuto dalla cuoca del giudice due patate rosolate con lo zucchero e un bel pezzo di prosciutto grasso per la malata, ma se lo mangiarono lei e il ragazzo; la malata si riprese sentendone l'odore. "È così sostanzioso!" disse.
Il ragazzo andò a dormire nello stesso letto dove si trovava la madre, ma il suo posto era di traverso dalla parte dei piedi, con una vecchia coperta ricavata da strisce di stoffa azzurra e rossa cucite insieme.
La lavandaia stava un po' meglio; la birra calda le aveva ridato forza e l'odore del buon cibo le aveva fatto bene.
"Grazie, amica mia!" disse alla vecchia. "Ti dirò tutto, quando il ragazzo si sarà addormentato. Credo anzi che dorma già. Non ha una espressione dolce e beata, con gli occhi chiusi? Non sa che vita fa sua madre, che il Signore non glielo faccia mai provare! Io ero a servizio nella casa del consigliere il padre del giudice, e un giorno tornò a casa il più giovane dei loro figli, studente all'università. A quel tempo ero giovane e impetuosa, ma onesta, questo lo posso affermare davanti a Dio" raccontò la lavandaia. "Lo studente era così allegro e felice, aveva un carattere tanto buono e sincero. Non è certo esistito un uomo migliore di lui sulla terra. Lui era il figlio del padrone e io ero solo una cameriera, ma ci fidanzammo, restando puri e onesti. Un bacio non è certo un peccato quando ci si vuol bene. Lo raccontò a sua madre, che per lui era come il Dio in terra, così intelligente, affettuosa e amabile. Poi lui ripartì, ma mi mise l'anello d'oro al dito. Quando era ormai lontano, sua madre mi chiamò da lei, seria, ma con molta dolcezza, mi parlò, come avrebbe fatto il Signore; mi spiegò la differenza che c'era tra me e lui. "Ora lui vede solo che sei bella, ma la bellezza sfiorirà! Tu non sei istruita come lui, non riuscirete a comprendervi sul piano spirituale e proprio qui sta il male. Rispetto il povero" riprese "presso Dio avrà forse un posto migliore di molti ricchi, ma sulla terra non si può seguire un binario sbagliato quando si va avanti, altrimenti il carro si ribalta, e voi con lui! So che un uomo onesto, un artigiano ti ha chiesto in sposa, è Enrico il guantaio; è vedovo e non ha figli; e se la passa bene. Pensaci!" Ogni parola pronunciata era come un coltello che mi trafiggeva il cuore, ma quella donna aveva ragione e questo mi ossessionava e mi opprimeva; le baciai la mano e piansi lacrime amare, ma piansi ancora di più in camera mia quando mi buttai sul letto. La notte che venne fu una brutta notte, il Signore sa che cosa ho sofferto. La domenica andai all'altare del Signore, per far luce dentro di me. Fu come un segno della Provvidenza: uscendo dalla chiesa incontrai Enrico il guantaio. Allora non ebbi più dubbi, eravamo adatti l'uno all'altra per ceto sociale e condizione, e lui era anche benestante, così andai diretta da lui, gli presi la mano e gli chiesi: "Pensi ancora a me?." - "Sì, per sempre!" rispose. "Vuoi una ragazza che ti stima e ti rispetta, ma che non ti ama? L'amore potrà venire dopo." - "Verrà!" replicò e così ci prendemmo per mano. Tornai dalla mia padrona; quell'anello d'oro che suo figlio mi aveva dato, lo portavo sul petto; non lo potevo certo mettere al dito di giorno, ma lo facevo di notte, quand'ero a letto. Baciai l'anello finché mi sanguinò la bocca e poi lo diedi alla mia padrona dicendo che la settimana dopo sarebbe stato annunciato dal pastore il matrimonio tra me e il guantaio. Lei mi abbracciò e mi baciò; non disse che non ero buona a nulla, ma forse allora ero migliore, anche se non avevo ancora provato tante tribolazioni. Così venne celebrato il matrimonio, il giorno della Candelora - e il primo anno andò bene, avevamo un aiutante e un garzone e tu ci servivi in casa."
"Oh, eri un'ottima padrona!" le disse la vecchia "non dimenticherò mai quanto siete stati buoni, tu e tuo marito."
"Furono anni felici quelli. Figli non ne avevamo. E io non rividi mai più lo studente. O meglio, lo vidi, ma lui non mi vide. Era venuto per il funerale di sua madre. Lo vidi vicino alla tomba, era bianco come il gesso e tristissimo, ma certo a causa di sua madre. Quando poi morì suo padre, si trovava all'estero e non tornò a casa, e da allora non è più tornato. So che non si è mai sposato, credo che sia diventato procuratore. Di sicuro non si ricordava di me, e se anche mi avesse rivista, non mi avrebbe certo riconosciuta, sono così brutta adesso. Forse è stato un bene!"
Poi raccontò dei duri periodi di sofferenza, della sfortuna che li aveva colpiti in continuazione. Possedevano cinquecento talleri e dato che nella loro strada c'era una casa che costava duecento talleri e che valeva la pena di demolire e ricostruire, la comprarono. Il muratore e il falegname fecero un preventivo di milleventi talleri: Enrico il guantaio aveva buon credito e ottenne un prestito da Copenaghen, ma la nave che lo doveva portare naufragò e con essa anche i soldi!
"In quel tempo nacque il mio caro figliolo che ora dorme. Suo padre si ammalò di una lunga e grave malattia, dopo nove mesi dovevo vestirlo e svestirlo io. Andò sempre peggio per noi, facemmo debiti sempre più grossi, tutta la nostra merce andò perduta e infine mio marito morì. Io ho faticato molto, moltissimo per questo figlio; ho lavato scale, biancheria fine e grossa, ma il Signore non vuole che le cose mi vadano meglio, così un giorno si libererà di me e avrà cura del ragazzo."
Così dicendo, si addormentò.
Il mattino dopo si sentì guarita e abbastanza in forze per tornare a lavare, così almeno credeva. Era appena entrata nell'acqua gelida quando le vennero i brividi e si sentì debole. Annaspò disperatamente, fece un passo per risalire e cadde in acqua. Aveva la testa sulla terra asciutta, mentre i piedi stavano nel ruscello; gli zoccoli di legno che aveva quand'era in acqua e che aveva riempito di paglia per tenersi calda galleggiavano spinti dalla corrente. Venne trovata così dalla vecchia Marietta che le stava portando un caffè.
Il giudice le aveva detto che la lavandaia doveva recarsi immediatamente da lui, perché aveva qualcosa da dirle. Ma era troppo tardi. Venne chiamato il barbiere per fare un salasso; la lavandaia era morta.
"È morta per il troppo bere!" commentò il giudice.
Alla lettera che annunciava la morte del fratello era stata allegata copia del testamento: seicento talleri dovevano essere dati alla vedova del guantaio, che una volta era stata a servizio dai genitori. Il denaro poteva venir diviso, come meglio credevano, tra lei e il figlio.
"C'è stato certo qualcosa tra lei e mio fratello!" disse il giudice. "Per fortuna che lei ormai se n'è andata, il ragazzo riceverà tutta la somma e io lo metterò a lavorare da gente onesta, così diventerà un bravo artigiano."
Il Signore benedisse quell'augurio.
Il giudice chiamò a sé il ragazzo, gli promise che avrebbe avuto cura di lui e gli disse che era un bene che sua madre fosse morta, dato che non era buona a nulla.
Fu portata al cimitero, al cimitero dei poveri. Marietta piantò una pianta di rose sulla tomba e il ragazzo le stava vicino.
"La mia cara mamma!" esclamò tra le lacrime "è proprio vero: non era buona a nulla!"
"Ti sbagli, era buona, invece" rispose la vecchia guardando verso il cielo. "Lo so da tanto tempo e soprattutto dall'ultima notte. Te lo dico io che era buona! e lo dice anche Nostro Signore che sta nel regno dei cieli. Lascia che gli altri dicano: "Non era buona a nulla!.""