El hada del saúco


Hyldemor


Érase una vez un chiquillo que se había resfriado. Cuando estaba fuera de casa se había mojado los pies, nadie sabía cómo, pues el tiempo era completamente seco. Su madre lo desnudó y acostó, y, pidiendo la tetera, se dispuso a prepararle una taza de té de saúco, pues esto calienta. En esto vino aquel viejo señor tan divertido que vivía solo en el último piso de la casa. No tenía mujer ni hijos pero quería a los niños, y sabía tantos cuentos e historias que daba gusto oírlo.
- Ahora vas a tomarte el té -dijo la madre al pequeño- y a lo mejor te contarán un cuento, además.
- Lo haría si supiese alguno nuevo -dijo el viejo con un gesto amistoso-. Pero, ¿cómo se ha mojado los pies este rapaz? -preguntó.
- ¡Eso digo yo! -contestó la madre-. ¡Cualquiera lo entiende!
- ¿Me contarás un cuento? -pidió el niño.
- ¿Puedes decirme exactamente - pues debes saberlo - qué profundidad tiene el arroyo del callejón por donde vas a la escuela?
- Me llega justo a la caña de las botas -respondió el pequeño-, pero sólo si me meto en el agujero hondo.
- Conque así te mojaste los pies, ¿eh? -dijo el viejo-. Bueno, ahora tendría que contarte un cuento, pero el caso es que ya no sé más.
- Pues invéntese uno nuevo -replicó el chiquillo-. Dice mi madre que de todo lo que observa saca usted un cuento, y de todo lo que toca, una historia.
- Sí, pero esos cuentos e historias no sirven. Los de verdad, vienen por sí solos, llaman a la frente y dicen: ¡aquí estoy!
- ¿Llamarán pronto? -preguntó el pequeño. La madre se echó a reír, puso té de saúco en la tetera y le vertió agua hirviendo.
- ¡Cuente, cuente!
- Lo haré, si el cuento quiere venir por sí solo, pero son muy remilgados. Sólo se presentan cuando les viene en gana. ¡Espera! -añadió-. ¡Ya lo tenemos! Escucha, hay uno en la tetera.
El pequeño dirigió la mirada a la tetera; la tapa se levantaba, y las flores de saúco salían del cacharro, tiernas y blancas; proyectaron grandes ramas largas, y hasta del pitorro salían, esparciéndose en todas direcciones y creciendo sin cesar.
Era un espléndido saúco, un verdadero árbol, que llegó hasta la cama, apartando las cortinas. Era todo él un cuajo de flores olorosas, y en el centro había una anciana de bondadoso aspecto, extrañamente vestida. Todo su ropaje era verde, como las hojas del saúco, lleno de grandes flores blancas. A primera vista no se distinguía si aquello era tela o verdor y flores vivas.
- ¿Cómo se llama esta mujer? -preguntó el niño.
"Verás: los romanos y griegos -respondió el viejo- la llamaban Dríada, pero esta palabra no la entendemos nosotros. Allá en Nyboder le damos otro nombre mejor; la llamamos "mamita saúco," y has de fijarte en esto. Escucha y contempla el espléndido saúco. Hay uno como él, florido también, allá abajo; crecía en un ángulo de una era pequeña y humilde. Un mediodía dos ancianos se habían sentado al sol, bajo aquel árbol. Eran un marino muy viejo y su mujer, que no lo era menos. Tenían ya bisnietos, y pronto celebrarían las bodas de oro, aunque apenas se acordaban ya del día de su boda; el hada, desde el árbol, parecía tan satisfecha como esta de aquí.
- Yo sé cuándo son vuestras bodas de oro -dijo; pero los viejos no la oyeron; hablaban de tiempos pasados.
- ¿Te acuerdas? -decía el viejo marino-. ¿Te acuerdas de cuando éramos niños y corríamos y jugábamos en esta misma era? Plantábamos tallitos en el suelo y hacíamos un jardín.
- Sí -replicó la anciana-, lo recuerdo bien. Regábamos los tallos; uno e ellos era una rama de saúco, que echó raíces y sacó verdes brotes y se convirtió en un árbol grande y espléndido; este mismo bajo el cual estamos.
- Sí, esto es -dijo él-; y allí en la esquina había un gran barreño; en él flotaba mi barca. Yo mismo me la había tallado. ¡Qué bien navegaba! Pero pronto lo haría yo por otros mares.
- Sí, pero antes fuimos a la escuela y aprendimos unas cuantas cosas -prosiguió ella - Y luego nos prometieron. Los dos llorábamos, pero aquella tarde fuimos, cogidos de la mano, a la Torre Redonda, para ver el ancho mundo que se extiende más allá de Copenhague y del océano. Después nos fuimos a Frederiksberg, donde el Rey y la Reina paseaban por los canales en su embarcación de gala.
- Pero pronto me tocó a mí navegar por otros lugares, durante muchos años. Fui lejos, muy lejos, en el curso de largos viajes.
- Sí, ¡cuántas lágrimas me costaste! -dijo ella-. Creí que habías muerto; te veía en el fondo del mar, sepultado en el fango. ¡Cuántas noches me levanté para ver si la veleta giraba! Sí, giraba, pero tú no volvías. Me acuerdo de un día que estaba lloviendo a cántaros, el basurero se paró frente a la puerta de la casa donde yo servía. ¡Era un tiempo espantoso! Yo salí con el cubo de basura y me quedé en la puerta, y mientras aguardaba allí se me acercó el cartero y me dio una carta, una carta tuya. ¡Dios mío, lo que había viajado aquel sobre! Lo abrí y leí la carta, llorando y riendo a la vez. ¡Estaba tan contenta! Decía el papel que te hallabas en tierras cálidas, donde crecía el café. ¡Qué país más maravilloso debe ser! ¡Me contabas tantas cosas! Y yo las estaba viendo mientras la lluvia caía sin cesar, de pie yo con mi cubo de basura. Alguien me cogió por el talle...
- Pero tú le propinaste un buen bofetón, muy sonoro por cierto.
- No sabía que fueses tú. Habías llegado junto con la carta y ¡estabas tan guapo! - y todavía lo eres -. Llevabas en el bolsillo un largo pañuelo de seda amarillo, y un sombrero nuevo. ¡Qué elegante ibas! ¡Dios mío y qué tiempo hacía, y cómo estaba la calle!
- Entonces nos casamos -dijo él-, ¿te acuerdas? ¿Y de cuándo vino el primer hijo, y después María y Niels, y Pedro, y Juan, y Cristián?
- Sí, y todos crecieron y se hicieron personas como Dios manda, a quienes todo el mundo aprecia.
- Y sus hijos han tenido ya hijos a su vez -dijo el viejo-. Nuestros bisnietos; hay buena semilla. ¿No fue en este tiempo del año cuando nos casamos?
- Sí, justamente es hoy el día de vuestras bodas de oro -intervino el hada del sabucal, metiendo la cabeza entre los dos viejos, los cuales pensaron que era la vecina que les hacía señas. Miráronse a los ojos y se cogieron de las manos.
Al poco rato se presentaron los hijos y los nietos; todos sabían muy bien que eran las bodas de oro; ya los habían felicitado, pero los viejos se habían olvidado, mientras se acordaban muy bien de lo ocurrido tantos años antes. El saúco exhalaba un intenso aroma, y el sol, cerca ya de la puerta, daba a la cara de los abuelos. Los dos tenían rojas las caras, y el más pequeño de sus nietos bailaba a su alrededor, gritando, alegre, que habría cena de fiesta: comerían patatas calientes. Y el hada asentía desde el árbol y se sumaba a los hurras de los demás".
- Pero esto no es un cuento -observó el chiquillo, que escuchaba la narración.
- Tú lo sabrás mejor -replicó el viejo señor que contaba-. Lo preguntaremos al hada del saúco.
- No fue un cuento -dijo ésta-; el cuento viene ahora. Las más bellas leyendas surgen de la realidad; de otro modo, mi hermoso saúco no podría haber salido de la tetera -. Y, sacando de la cama al chiquillo, lo estrechó contra su pecho, y las ramas cuajadas de flores se cerraron en torno a los dos. Quedaron ellos rodeados de espesísimo follaje, y el hada se echó a volar por los aires. ¡Qué indecible hermosura!
El hada se había transformado en una linda muchachita, pero su vestido seguía siendo de la misma tela verde, salpicada de flores blancas, que llevaba en el saúco. En el pecho lucía una flor de saúco de verdad, y alrededor de su rubia cabellera ensortijada, una guirnalda de las mismas flores. Sus ojos eran grandes y azules, y era maravilloso mirarlos. Ella y el chiquillo se besaron, y entonces quedaron de igual edad, sintiendo las mismas alegrías.
Cogidos de la mano salieron de entre el follaje, y de pronto se encontraron en el espléndido jardín de la casa paterna; en medio del verde césped, el bastón del padre aparecía atado a una estaquilla. Para los pequeñuelos había vida en aquel bastón; no bien se hubieron montado en él, el reluciente pomo se convirtió en una magnífica cabeza de caballo, con larga y negra melena ondulante, y de la caña salieron cuatro patas esbeltas y vigorosas; el animal era robusto y valiente. Se echaron a cabalgar a galope por el césped.
- ¡Olé!, correremos muchas millas -dijo el muchacho-; iremos a la finca donde estuvimos el año pasado.
Y venga cabalgar alrededor del césped, mientras la muchacha, que, como sabemos, era el hada del saúco, gritaba:
- Ya estamos llegando. ¿Ves la casa de campo, con el gran horno que parece un gigantesco huevo que sale de la pared y da al camino?
El saúco extiende sus ramas por encima, y el gallo va de un lado a otro, escarbando el suelo para sus gallinas. ¡Mira cómo se pavonea! Ahora estamos cerca de la iglesia, en la cumbre de la colina, entre corpulentos robles, uno de los cuales está medio muerto. Y ahora llegamos a la herrería, donde arde el fuego, y los hombres, medio desnudos, golpean con sus martillos esparciendo una lluvia de chispas. ¡Adelante, camino de la casa de los señores!
Y todo lo que iba nombrando la chiquilla montada en el bastón, lo veía el niño, a pesar de que no se movían del prado. Jugaron luego en el camino lateral y plantaron un jardincito en la tierra; ella se sacó una flor de saúco del cabello y la plantó; y creció como hiciera aquel que habían plantado los viejos cuando niños ya. Iban cogidos de la mano, como los abuelos hicieron de pequeños, pero no se encaminaron a la Torre Redonda ni al jardín de Frederiksberg, sino que la muchacha sujetó al niño por la cintura y se echaron a volar por toda Dinamarca; y llegó la primavera, y luego el verano, el tiempo de la cosecha y, finalmente, el invierno; y miles de imágenes se pintaban en los ojos y el corazón del niño, mientras la muchachita cantaba: - ¡Jamás olvidarás esto!
En todo el curso del vuelo, el saúco estuvo exhalando su aroma suave y delicioso. Bien observaba el niño las rosas y las hayas verdes, pero el sabucal olía con mayor intensidad aún, pues sus hojas pendían del corazón de la niña, y sobre él reclinaba el pequeño a menudo la cabeza durante el vuelo.
- ¡Qué hermoso es esto en primavera! -exclamó la muchacha; y se encontraron en el bosque de hayas en pleno reverdecer, con olorosas asperillas al pie de los árboles y rosados anemones entre la hierba-. ¡Ah!, ¿por qué no será siempre primavera en los perfumados hayales de Dinamarca?
- ¡Qué espléndido es aquí el verano! -exclamó ella, mientras pasaban por delante de viejos castillos del tiempo de los caballeros, cuyos rojos muros y recortados frontones se reflejaban en los canales donde nadaban cisnes, y a lo largo de los cuales extendíanse antiguas y frescas avenidas. En los campos, las mieses ondeaban como el mar; en los ribazos crecían flores rojas y amarillas, y en los setos prosperaba el lúpulo silvestre y la florida enredadera. Al anochecer se remontó la luna, grande y redonda; los montones de heno de los prados esparcían su agradable fragancia-. ¡Esto no se olvida nunca!
- Es magnífico aquí el otoño -volvió a exclamar la muchachita. El aire era aún más alto y más azul, y el bosque presentaba una bellísima combinación de tonos rojos, amarillos y verdes. Pasaban corriendo perros de caza, grandes bandadas de aves salvajes volaban gritando por encima de los sepulcros megalíticos, recubiertos de zarzamoras, que proyectaban sus sarmientos en torno a las vetustas piedras. El mar era de un azul negruzco y aparecía salpicado de barcos de vela, y en la era mujeres maduras, doncellas y niños, recogían lúpulo y lo metían en un gran tonel; los jóvenes cantaban canciones, mientras los viejos narraban cuentos de duendes y gnomos. ¿Dónde podía estarse mejor?
¡Qué hermoso es aquí el invierno! -repitió la niña. Todos los árboles estaban cubiertos de escarcha, como blancos corales; la nieve crepitaba bajo los pies, como si se llevasen siempre zapatos nuevos, y en el cielo se sucedían las lluvias de estrellas. En la sala estaba encendido el árbol de Navidad; había regalos y buen humor; en las casas de labranza resonaba el violín, y rebanadas de manzana caían a la sartén. Hasta los niños más pobres decían: - ¡Qué hermoso es el invierno!
Y sí, era hermoso; y la muchachita enseñaba al niño todas las cosas; el saúco seguía exhalando su fragancia, y la bandera roja con la cruz blanca seguía ondeando; aquella bandera bajo la cual había navegado el viejo marino de Nyboder.
El niño se hizo un mozo y tuvo que salir al ancho mundo, lejos, a las tierras cálidas, donde crece el café. Pero al despedirse, la muchacha se desprendió del pecho una flor de saúco y se la dio como recuerdo. Él la puso cuidadosamente en su libro de cánticos, y siempre que lo abría en tierras extrañas, hacíalo en la página donde guardaba la flor; y cuanto más la contemplaba, más verde se ponía ella. Parecíale al mozo respirar el aroma de los bosques patrios, y veía claramente a la muchacha que lo miraba por entre los pétalos con aquellos ojos suyos azules y límpidos; y susurraba:
- ¡Qué hermosos son aquí la primavera, el verano, el otoño y el invierno! -. Y centenares de imágenes cruzaban su mente.
Así transcurrieron muchos años; el muchacho era ya un anciano, y estaba sentado con su anciana esposa bajo un árbol en flor. Se habían cogido de las manos, como el bisabuelo y la bisabuela de Nyboder, y, lo mismo que ellos, hablaban de los tiempos pretéritos y de las bodas de oro. La muchachita de ojos azules y de las flores de saúco en el pelo, desde lo alto del árbol, inclinaba la cabeza con gesto de aprobación y decía: - Hoy celebráis vuestras bodas de oro -. Sacándose luego dos flores de su corona, las besó, y ellas relucieron primero como plata y después como oro; y cuando las puso en las cabezas de los ancianos, cada flor se transformó en una áurea corona. Y allí seguían los dos, semejantes a un rey y una reina, bajo el árbol fragante; y él contaba a su anciana esposa la historia del hada del sabucal, igual que se la habían contado antes a él, cuando era un chiquillo; y los dos convinieron en que en aquella historia había muchas cosas que corrían parejas con la propia; y lo que más se parecía era lo que más les gustaba.
- Así es -dijo la muchachita del árbol- Algunos me llaman hada, otros Dríada, pero en realidad mi nombre es Recuerdo. Yo soy la que vive en el árbol, que crece y crece continuamente. Puedo pensar en lo pasado y contarlo. Déjame ver si conservas aún tu flor.
El viejo abrió su libro de cánticos, y allí estaba la flor de saúco, fresca y lozana como si acabase de cogerla; y el Recuerdo hizo un gesto de aprobación, y los dos ancianos. con las coronas de oro en la cabeza, siguieron sentados al sol poniente. Cerraron los ojos y... bueno, el cuento se ha terminado.
El chiquillo yacía en su cama; ¿había sido aquello un sueño, o realmente le habían contado un cuento? Sobre la mesa veíase la tetera, pero de ella no salía ningún saúco, y el anciano señor del piso alto se dirigía a la puerta para marcharse.
- ¡Qué bonito ha sido! -dijo el pequeñuelo-. ¡Madre, he estado en las tierras cálidas!
- No me extraña -respondió la madre-. Cuando uno, se ha tomado un par de tazas de infusión de flor de saúco, no hay duda de que se encuentra en las tierras cálidas-. Y lo arropó bien, para que no se enfriara-. Estuviste durmiendo mientras yo y él discutíamos sobre si era un cuento o una historia.
- ¿Y dónde está el hada del saúco? -preguntó el niño.
- En la tetera -replicó la mujer-, y puede seguir en ella.
Der var engang en lille dreng, der var forkølet; han havde gået og fået våde fødder, ingen kunne begribe, hvor han havde fået dem fra, thi det var ganske tørt vejr. Nu klædte hans moder ham af, bragte ham i seng og lod temaskinen komme ind, for at lave ham en god kop hyldete, for det varmer! I det samme kom ind ad døren den gamle morsomme mand, som boede øverst oppe i huset og levede så alene, for han havde hverken kone eller børn, men holdt så meget af alle børn og vidste at fortælle så mange eventyr og historier, at det var en lyst.
"Nu drikker du din te!" sagde moderen,"måske får du så et eventyr."
"Ja når man bare kunne noget nyt!" sagde den gamle mand og nikkede så mildt. "Men hvor har den lille fået de våde fødder?" spurgte han.
"Ja, hvor har han det!" sagde moderen, "det kan der ingen begribe."
"Får jeg et eventyr?" spurgte drengen.
"Ja, kan du sige mig temmelig nøjagtigt, for det må jeg først vide, hvor dyb er rendestenen omme i den lille gade, hvor du går i skole."
"Akkurat til midt på skafterne," sagde drengen, "men så må jeg gå i det dybe hul!"
"Se derfra har vi de våde fødder," sagde den gamle. "Nu skulle jeg rigtignok fortælle et eventyr, men jeg kan ingen flere!"
"De kan lave et lige straks," sagde den lille dreng. "Moder siger, at alt hvad De ser på, kan blive et eventyr, og alt hvad De rører ved, kan De få en historie af!"
"Ja, men de eventyr og historier dur ikke! nej, de rigtige, de kommer af sig selv, de banker mig på panden og siger: Her er jeg!"
"Banker det ikke snart?" spurgte den lille dreng, og moderen lo, kom hyldete på potten og skænkede kogende vand over.
"Fortæl! fortæl!"
"Ja, når der ville komme et eventyr af sig selv, men sådant et er fornemt, det kommer kun når det selv har lyst -! stop!" sagde han lige med et. "Der har vi det! pas på, nu er der et på tepotten!"
Og den lille dreng så hen til tepotten, låget hævede sig mere og mere, og hyldeblomsterne kom frem så friske og hvide, de skød store lange grene, selv ud af tuden bredte de sig til alle sider og blev større og større, det var den dejligste hyldebusk, et helt træ, det ragede ind i sengen og skød gardinerne til side; nej, hvor det blomstrede og duftede! og midt i træet sad en gammel, venlig kone med en underlig kjole på, den var ganske grøn, ligesom hyldetræets blade og besat med store hvide hyldeblomster, man kunne ikke straks se, om det var tøj eller levende grønt og blomster.
"Hvad hedder den kone?" spurgte den lille dreng.
"Ja, disse romere og grækere," sagde den gamle mand, "de kaldte hende en dryade, men det forstår vi ikke; ude i Nyboder har de et bedre navn til hende, der kaldes hun: 'hyldemor', og det er nu hende, du skal passe på; hør bare efter, og se på det dejlige hyldetræ:
Netop sådant et stort, blomstrende træ står der ude i Nyboder; det voksede henne i krogen i en lille fattig gård; under dette træ sad en eftermiddag, i det dejligste solskin, to gamle folk, det var en gammel, gammel sømand og hans gamle, gamle kone, de var oldeforældre og skulle snart holde deres guldbryllup, men de kunne ikke rigtig huske datoen, og hyldemor sad i træet og så så fornøjet ud, ligesom her. 'Jeg ved nok, når det er guldbryllup!' sagde hun, men de hørte det ikke, de talte om de gamle dage.
'Ja, kan du huske,' sagde den gamle sømand, 'den gang vi var ganske små unger og løb og legede, det var netop i den samme gård, hvor vi nu sidder, og vi stak pinde i jorden og gjorde en have.'
'Ja,' sagde den gamle kone, 'det husker jeg godt! og vi vandede pindene, og en af dem var en hyldepind, den satte rod, skød grønne skud og er nu blevet til det store træ, vi gamle mennesker sidder under.'
'Ja vist!' sagde han, 'og derhenne i krogen stod en vandbalje, dér flød mit fartøj, jeg havde selv skåret det, hvor det kunne sejle! men jeg kom rigtignok snart anderledes ud at sejle!'
'Ja, men først gik vi i skole og lærte noget!' sagde hun, 'og så blev vi konfirmeret; vi græd begge to; men om eftermiddagen gik vi hånd i hånd op på Rundetårn og så ud i verden over København og vandet; så gik vi på Frederiksberg, hvor kongen og dronningen i deres prægtige både sejlede om i kanalerne.'
'Men jeg kom rigtignok anderledes til at sejle, og det i mange år, langt bort på de store rejser!'
'Ja, jeg græd tit for dig!' sagde hun, 'jeg troede, du var død og borte og skulle ligge og pjanke dernede i det dybe vand! mangen nat stod jeg op og så om fløjen drejede sig; ja den drejede sig nok, men du kom ikke! jeg husker så tydelig, hvorledes det skyllede ned en dag, skraldemanden kom udenfor, hvor jeg tjente, jeg kom ned med fjerdingen og blev stående ved døren; - hvor det var et fælt vejr! og ligesom jeg stod der, var postbuddet ved siden af mig og gav mig et brev; det var fra dig! ja hvor det havde rejst om! jeg fór lige i det og læste; jeg lo og jeg græd; jeg var så glad! der stod, at du var i de varme lande, hvor kaffebønnerne gror! hvor det må være et velsignet land! du fortalte så meget, og jeg så det alt sammen, mens regnen skyllede ned, og jeg stod med fjerdingen. I det samme var der en, som tog mig om livet -!'
'- Ja, men du gav ham et godt slag på øret, så det klaskede efter.'
'Jeg vidste jo ikke, at det var dig! Du var kommet lige så tidligt som dit brev; og du var så køn! - det er du da endnu, du havde et langt, gult silkelommetørklæde i lommen og en blank hat på; du var så fin. Gud, hvor det dog var et vejr, og hvor gaden så ud!'
'Så blev vi gift!' sagde han, 'husker du? og så da vi fik den første lille dreng og så Marie og Niels og Peter og Hans Christian!'
'Ja, og hvor de alle sammen er vokset op og blevet skikkelige mennesker, hvem alle holder af!'
'Og deres børn igen, de har fået små!' sagde den gamle matros; 'ja det er børnebørns børn, der er krummer i! - det var jo dog, synes mig, på denne tid af året vi holdt bryllup -!'
'Ja, just i dag er det guldbryllupsdagen!' sagde hyldemor og stak hovedet lige ind imellem de to gamle, og de troede, at det var nabokonen, der nikkede; de så på hinanden og holdt hinanden i hænderne; lidt efter kom børn og børnebørn; de vidste godt, at det var guldbryllupsdagen, de havde allerede i morges gratuleret, men det var glemt af de gamle, medens de huskede så godt alt, hvad der var sket for mange år tilbage; og hyldetræet duftede så stærkt og solen, som var ved at gå ned, skinnede de to gamle lige ind i ansigtet; de så begge to så rødmossede ud, og den mindste af børnebørnene dansede rundt om dem og råbte nok så lyksalig, at i aften skulle der være rigtig stads, de skulle have varme kartofler; og hyldemor nikkede i træet og råbte hurra med alle de andre. -"
- "Men det var jo intet eventyr!" sagde den lille dreng, som hørte det fortælle.
"Ja, det må du forstå!" sagde han, som fortalte, "men lad os spørge hyldemor!"
"Det var intet eventyr;" sagde hyldemor, "men nu kommer det! ud af det virkelige vokser just det forunderligste eventyr; ellers kunne jo min dejlige hyldebusk ikke være sprunget ud af tepotten!" og så tog hun den lille dreng ud af sengen, lagde ham ved sit bryst, og hyldegrenene, fulde af blomster, slog sammen omkring dem, de sad, som i det tætteste lysthus, og det fløj med dem igennem luften, det var så mageløst dejligt. Hyldemor var med ét blevet en ung, nydelig pige, men kjolen var endnu af samme grønne, hvidblomstrede tøj, som hyldemor havde båret; på brystet havde hun en virkelig hyldeblomst, og om sit gule, krøllede hår en hel krans af hyldeblomster; hendes øjne var så store, så blå, oh, hun var så velsignet at se på! hun og drengen kyssedes, og så var de i lige alder og af lige lyst.
De gik hånd i hånd ud af løvhytten og stod nu i hjemmets smukke blomsterhave; ved den friske græsplet var faders stok tøjret til en pind; for de små var der liv i stokken; så snart de satte sig skrævs over den, forvandlede sig den blanke knap til et prægtigt vrinskende hoved, den lange sorte manke flagrede, fire slanke, stærke ben skød ud; dyret var stærkt og væligt; i galop fór de rundt om græspletten; hussa! - "Nu rider vi mange mil bort!" sagde drengen; "vi rider til herregården, hvor vi var i fjor!" og de red og red græspletten rundt; og altid råbte den lille pige, der, som vi ved, var ingen anden end hyldemor: "Nu er vi på landet! ser du bondens hus med den store bagerovn, der synes et kæmpestort æg i muren ud mod vejen; hyldetræet hælder sine grene hen over den, og hanen går og skraber for hønsene, se, hvor den bryster sig! - nu er vi ved kirken! den ligger højt på bakken mellem de store egetræer, hvoraf det ene er halvt gået ud! - Nu er vi ved smedjen, hvor ilden brænder, og de halvnøgne mænd slår med hammeren, så gnisterne flyver vidt omkring. Af sted, af sted til den prægtige herregård!" og alt, hvad den lille pige, der sad bag på stokken, sagde, det fløj også forbi; drengen så det, og dog kom de kun græspletten rundt. Så legede de i sidegangen og ridsede i jorden en lille have, og hun tog hyldeblomsten af sit hår, plantede den, og den voksede akkurat ligesom det var sket for de gamle folk i Nyboder den gang de var små, og som der tidligere er fortalt om. De gik hånd i hånd, ligesom de gamle folk havde gjort det som børn, men ikke op på det runde tårn, eller til Frederiksberg Have, nej, den lille pige tog drengen om livet, og så fløj de vidt omkring i hele Danmark, og det var vår og det blev sommer, og det var høst og det blev vinter, og tusinde billeder afspejlede sig i drengens øjne og hjerte, og altid sang den lille pige for ham: "Det vil du aldrig glemme!" og på den hele flugt duftede hyldetræet så sødt og så dejligt; han mærkede vel roserne og de friske bøge, men hyldetræet duftede endnu mere forunderligt, thi dets blomster hang ved den lille piges hjerte, og til det hældede han i flugten tit sit hoved.
"Her er dejligt i våren!" sagde den unge pige, og de stod i den nys udsprungne bøgeskov, hvor den grønne bukkar duftede for deres fødder, og de blegrøde anemoner så så dejlige ud i det grønne. "oh, var det altid vår i den duftende danske bøgeskov!"
"Her er dejligt i sommeren!" sagde hun, og de fór forbi gamle herregårde fra riddertiden, hvor de røde mure og takkede gavle spejlede sig i kanalerne, hvor svanerne svømmede og kiggede op i den gamle kølige alleer. På marken bølgede kornet, ligesom det var en sø, grøfterne stod med røde og gule blomster, gærderne med vild humle og blomstrende konvolvolus; og om aftnen steg månen rund og stor, høstakkene på engene duftede så sødt. "Det glemmes aldrig!"
"Her er dejligt i efteråret!" sagde den lille pige, og luften blev dobbelt så høj og blå, skoven fik de dejligste kulører af rødt, gult og grønt, jagthundene fór af sted, hele skarer fuglevildt fløj skrigende hen over kæmpehøjen, hvor brombærranken hang om de gamle sten; havet var sortblåt med hvide sejlere og i loen sad gamle koner, piger og børn og pillede humle i et stort kar; de unge sang viser, men de gamle fortalte eventyr om nisser og trolde. Bedre kunne der ikke være! "Her er dejligt i vinteren!" sagde den lille pige; og alle træer stod med rimfrost, de så ud som hvide koraller, sneen knirkede under fødderne, som om man altid havde nye støvler på, og fra himlen faldt det ene stjerneskud efter det andet. I stuen tændtes juletræet, der var presenter og godt humør; på landet klang violen i bondens stue, æbleskiver fløj i grams; selv det fattigste barn sagde: "Det er dog dejligt om vinteren!"
Ja, det var dejligt! og den lille pige viste alting til drengen, og altid duftede hyldetræet og altid vajede det røde flag med det hvide kors, flaget, hvorunder den gamle sømand i Nyboder havde sejlet; - og drengen blev knøs, og han skulle ud i den vide verden, langvejs bort til de varme lande, hvor kaffen gror; men i afskeden tog den lille pige en hyldeblomst af sit bryst, gav ham den at gemme og den blev lagt i salmebogen, og altid i fremmed land, når han åbnede bogen, var det just på det sted, hvor erindringsblomsten lå, og jo mere han så på den, des friskere blev den; han ligesom følte en duft fra de danske skove, og tydeligt så han mellem blomsterbladene den lille pige titte frem med sine klare blå øjne, og hun hviskede da: "Her er dejligt i vår, i sommer, i høst og vinter!" og hundrede billeder gled gennem hans tanker.
Således gik mange år, og han var nu en gammel mand og sad med sin gamle kone under et blomstrende træ; de holdt hinanden i hænderne, ligesom oldefader og oldemoder gjorde det ude i Nyboder, og de talte ligesom de om de gamle dage, og om guldbrylluppet; den lille pige med de blå øjne og med hyldeblomsterne i håret sad oppe i træet, nikkede til dem begge to, og sagde: "I dag er det guldbryllupsdag!" og så tog hun to blomster af sin krans, kyssede på dem, og de skinnede først som sølv, så som guld, og da hun lagde dem på de gamle folks hoveder, blev hver blomst til en guldkrone; der sad de begge to som en konge og en dronning, under det duftende træ, der ganske og aldeles så ud som et hyldetræ, og han fortalte sin gamle kone historien om hyldemor, således som den var fortalt ham, da han var en lille dreng, og de syntes begge to, at der var så meget i den, som lignede deres egen, og det der lignede, det syntes de bedst om.
"Ja, sådan er det!" sagde den lille pige i træet, "nogle kalder mig hyldemor, andre kalder mig dryade, men egentlig hedder jeg erindring, det er mig, der sidder i træet, som vokser og vokser, jeg kan huske, jeg kan fortælle! Lad mig se, om du har din blomst, endnu!"
Og den gamle mand åbnede sin salmebog, der lå hyldeblomsten, så frisk, som den nylig var lagt deri, og erindringen nikkede, og de to gamle med guldkrone på sad i den røde aftensol; de lukkede øjnene, og - og -! ja så var eventyret ude!
Den lille dreng lå i sin seng, han vidste ikke, om han havde drømt, eller om han havde hørt det fortælle; tepotten stod på bordet, men der voksede intet hyldetræ ud af den, og den gamle mand, som havde fortalt, var lige ved at gå ud af døren, og det gjorde han.
"Hvor det var dejligt!" sagde den lille dreng. "Moder, jeg har været i de varme lande!"
"Ja, det tror jeg nok!" sagde moderen, "når man får to svingende kopper hyldete til livs, så kommer man nok til de varme lande!" - og hun dækkede godt til om ham, at han ikke skulle forkøle sig. "Du har nok sovet, mens jeg sad og skændtes med ham, om det var en historie eller et eventyr!"
"Og hvor er hyldemor?" spurgte drengen.
"Hun er på tepotten!" sagde moderen, "og der kan hun blive!"